Toda una experiencia
Partimos de Dakar al mediodía, en dirección a una población situada en el interior de Senegal, hacia el sur, a unos 150 km. Para mí, era toda una experiencia. Nos subimos a un autobús, aunque llamarlo así era un poco generoso. El vehículo tenía más de 50 años y, aunque estaba diseñado para 50 personas, parecía llevar el doble. Miras a tu alrededor y te das cuenta de que eres el único blanco, abrazado a tu mochila y rodeado de gente en el pasillo, en el techo del autobús y con las puertas abiertas.
El viaje fue una auténtica odisea. La constante entrada y salida de pasajeros, el caos en las paradas, y las carreteras de dos carriles abarrotadas con cuatro vehículos compitiendo por espacio eran parte del paisaje. A lo largo del camino, los arcenes estaban llenos de animales muertos y los caminos de tierra llenaban de polvo el aire. A pesar del bullicio y la incomodidad, había algo fascinante en esa escena: la energía vibrante y la vida que se desplegaba ante mis ojos.
Misterio y expectación
Después de más de 10 horas de viaje, finalmente llegamos a una población. Estaba totalmente a oscuras, con solo algunos reflejos de bombillas dispersas que iluminaban débilmente el entorno. Me pregunté si este lugar sería Toucar, el destino que había esperado alcanzar. La falta de luz y la tranquilidad nocturna contrastaban fuertemente con el ajetreo del viaje, sumiéndome en una sensación de misterio y expectación.
Con cada kilómetro recorrido, me daba cuenta de lo lejos que estaba de mi zona de confort y de cuán enriquecedora sería esta experiencia. La aventura de llegar a Toucar fue solo el comienzo de un viaje que prometía estar lleno de descubrimientos y aprendizajes. Al bajarme del autobús, sentí una mezcla de agotamiento y emoción, listo para enfrentar lo que viniera en esta nueva etapa de mi vida.